El portal de la FIFA le rinde homenaje a Erico

Zurich.- El portal oficial de la FIFA, rinde hoy un merecido homenaje a quien fuera el mejor futbolista paraguayo de todos los tiempos. «La ficha técnica de Arsenio Erico es contundente: dos campeonatos ganados con Independiente de Avellaneda, tres veces consecutivas máximo goleador del campeonato argentino, máximo anotador de la historia en Argentina junto a Ángel Labruna y mejor jugador paraguayo de todos los tiempos. Los datos tienen la prepotencia de un tanque, pero El Saltarín Rojo no fue un peso pesado, fue un artista», reza el primer párrafo del escrito.

“¡Es Nijinsky!”, exclamó Paul Morand al verlo jugar. Erico, depredador de área pero elegante y plástico para moverse, provocaba ese tipo de elogio, inusual para un goleador de aquellos años: que un novelista y dramaturgo francés como Morand lo comparase con el mejor bailarín de ballet de la época, el ruso Vaslav Nijinsky.

Corría la mitad de la década del 30 y, de entre la marabunta de delanteros que rompía los arcos del fútbol argentino a puro zapatazo, la figura de Erico maravillaba por su sutileza para moverse, engañar y anotar.

Pero lo que más sedujo al hincha de Independiente, más allá de sus 293 goles y sus filigranas, lo que disparó la comparación con un bailarín famoso mundialmente por su técnica para quedar suspendido en el aire, fue justamente esa habilidad de volar de Erico: su salto desafiaba la ley de la gravedad. “Él tenía, escondidos en el cuerpo, resortes secretos. Saltaba el muy brujo sin tomar impulso, y su cabeza llegaba siempre más alto que las manos del arquero”, escribió el uruguayo Eduardo Galeano, escritor referente en Sudamérica. Los artistas definieron mejor que nadie a un jugador que del fútbol hizo un arte.

Una guerra, una oportunidad
No lo tenía demasiado desarrollado cuando en 1930 debutó en la Primera División paraguaya defendiendo la camiseta de Nacional. Había nacido apenas 15 años atrás en Asunción y sus destrezas estaban aún macerándose a pesar de que en el barrio era conocido por los malabares que hacía con naranjas agrias. El fútbol profesional era otra cosa. Y jugar de lateral izquierdo en vez de cerca del área, también.

Con elegancia fue ganando metros en el campo pero una tragedia cambió su vida: en 1934 Paraguay estaba en guerra con Bolivia y Erico se unió a la selección de la Cruz Roja paraguaya, que salió de gira a Uruguay y Argentina para recaudar fondos. En Buenos Aires se enfrentaron a River Plate. Los dirigentes millonarios se enamoraron del juego del 9 y lo tentaron para vestir la banda roja. Pero los directivos de Independiente, también fascinados, negociaron más rápido con el Ministerio de Defensa paraguayo -Erico era conscripto en un país en guerra- y consiguieron un refuerzo que los pondría en los libros de historia.

El Rojo de Avellaneda comenzó a ser sensación. La magia que desprendían los movimientos del paraguayo atrajeron a miles de hinchas al estadio, incluso a los entrenamientos. Su fama fue creciendo año tras año hasta que llegó 1937 y todo cambió. Fue goleador del certamen convirtiendo 47 goles en 34 partidos, un promedio de gol todavía no superado en Argentina para una sola temporada, e Independiente vio nacer a una delantera que cambiaría el fútbol argentino y la vida del club: Vilarino, Vicente de la Mata, Erico, Antonio Sastre y Zorrilla.

En 1938 y 1939 fueron campeones dando espectáculo, arrollando rivales. El del ’38 fue el primer título del Rojo en el profesionalismo tras cinco subcampeonatos y la superioridad fue tal que Erico se dio un gusto insólito: la marca de cigarrillos 43 prometió un importantísimo premio en dinero para quien convirtiera exactamente 43 tantos. El paraguayo los alcanzó faltando dos fechas y, en las últimas dos jornadas, cuando se enfrentaba al arquero, retrocedía o pasaba el balón a sus compañeros para no quedarse sin un premio que compartió con el resto del plantel.

No fue la única vez que lo hizo: “Cuando el marcador era favorable a mi equipo, del área chica del adversario me daba vuelta y me iba gambeteando hacia mi propia valla”, contó alguna vez. “Los compañeros simulaban perseguirme… Eran lindas locuras para divertir al público que llenaba los estadios para vernos jugar”.

El Hombre de…
Pese a seguir convirtiendo goles, no volvió a ser campeón, al menos en Argentina. Sí lo logró en 1942 en Nacional, que lo había repatriado a Paraguay tras discutir con los directivos de Independiente. En 1943 regresó a Avellaneda pero ya sus meniscos rotos habían minado al contorsionista de los mil apodos: El Hombre de Goma, El Hombre de Mimbre, El Hombre de Plástico, El Mago, El Virtuoso, El Aviador, El Duende Rojo, El Diablo Saltarín…

En 1946 dejó Independiente. Jugó siete partidos en Huracán y decidió volver a Nacional. En su país cerró su carrera, la más extraordinaria que haya tenido jamás un jugador paraguayo, paradójicamente sin haber jugado ni un partido oficial para su selección: en la Copa Mundial de la FIFA Uruguay 1930 era demasiado joven y, luego, por la reglamentación de la época, no pudo ponerse la Albirroja por jugar en el extranjero.

Murió en 1977 tras una vida post retiro alejada del fútbol. Los 17 años en los que convirtió el deporte en un master de expresión corporal fueron suficientes.

Compartir: