Ciudad del Vaticano.-En un discurso amplio y articulado, el Papa reiteró las grandes preocupaciones de la actualidad, que van desde el terrorismo de matriz fundamentalista, las desigualdades que provocan discordia, el «despreciable» tráfico de armas y el drama de los inmigrantes.
«Desgraciadamente somos conscientes de que todavía hoy la experiencia religiosa, en lugar de abrirnos a los demás, puede ser utilizada a veces como pretexto para cerrazones, marginaciones y violencias», admitió, al evocar atentados terroristas antes inimaginables como fueron los de Niza, en un mercado navideño de Berlín o, la noche de fin de año última, en una discoteca de Estambul, entre otros.
«Se trata de una locura homicida que usa el nombre de Dios para sembrar muerte, intentando afirmar una voluntad de dominio y de poder», condenó. Y llamó a todas las autoridades religiosas para que unidas reafirmen con fuerza que «nunca se puede matar en nombre de Dios». Aseguró, por otra parte, que «el terrorismo fundamentalista es fruto de una grave miseria espiritual, vinculada también a menudo a una considerable pobreza social», que «sólo podrá ser plenamente vencido con la acción común de los líderes religiosos y políticos».
Francisco, que aseguró que jamás olvidará su viaje a la isla griega de Lesbos, donde tocó con mano la dramática situación de los refugiados, aseguró asimismo que es «necesario un compromiso en favor de los inmigrantes, los refugiados y los desplazados, que haga posible el darles una acogida digna».
Al respecto, precisó que «un enfoque prudente de parte de las autoridades públicas no comporta la aplicación de políticas de clausura hacia los inmigrantes, sino que implica evaluar, con sabiduría y altura de miras, hasta qué punto su país es capaz, sin provocar daños al bien común de sus ciudadanos, de proporcionar a los inmigrantes una vida digna, especialmente a quienes tienen verdadera necesidad de protección».
«No se puede de ningún modo reducir la actual crisis dramática a un simple recuento numérico», afirmó, al resaltar, por otro lado, que el problema de inmigración no puede dejar indiferentes a algunos países, mientras que otros sobrellevan toda la carga. En este sentido, agradeció la acogida que brindan países como Italia, Alemania, Grecia y Suecia, en Europa y de Líbano, Jordania y Turquía, en Medio Oriente.
Como ya había hecho al recibir en mayo de 2016 el Premio Carlo Magno, el más prestigioso del Viejo Continente, Francisco concluyó su discurso llamando a Europa, que atraviesa un momento decisivo, a «redescubrir su propia identidad». «Para ello es necesario volver a descubrir sus raíces con el fin de plasmar su propio futuro.
Frente a las fuerzas disgregadoras, es más urgente que nunca actualizar la «idea de Europa» para dar a luz un nuevo humanismo basado en la capacidad de integrar, de dialogar y de generar, que han hecho grande el así llamado Viejo Continente», dijo. Y terminó con un mensaje de aliento al proceso de unificación europea -cuyo proyecto fundacional cumplirá en marzo 70 años-, que «ha sido y sigue siendo una oportunidad única para la estabilidad, la paz y la solidaridad entres los pueblos».