Asunción, Agencia IP.- La médica Idalina Stanley es una reconocida especialista en nefrología de adultos y docente de la Facultad de Ciencias Médicas de la Universidad Nacional de Asunción (UNA). Su historia de vida encarna la fuerza de quienes deciden amar, criar y formar más allá de los moldes tradicionales.
Detrás de su destacada carrera académica, que incluye diez especializaciones universitarias y una profunda vocación por la docencia y el compromiso social, se encuentra una historia íntima y poderosa: la construcción de una familia basada en la adopción, la fe y el sentido de comunidad.
«Desde el primer momento que fui madre, con mi hija mayor, me sentí madre plenamente. Nunca me preocupó no haber concebido biológicamente. Siempre pensé que los hijos eran enviados para nosotros».
«Ante las dificultades de ser madre en forma natural, recurrí a la adopción», relata Idalina. A los 31 años, luego de perder un embarazo y completar una capacitación médica en el Hospital Vall d’Hebron de Barcelona, adoptó a su primera hija. Fue el inicio de una maternidad vivida con convicción plena, mucho antes de la experiencia biológica.
Hoy, Idalina tiene seis hijos adoptivos y un hijo biológico. También forma parte de su historia Alex, un niño que vivió varios años con la familia y que continúa siendo considerado uno de los suyos. A ello se suma un bebé que no llegó a nacer, pero cuya huella emocional sigue presente. Su hijo menor, Benjamín, nació cuando ella tenía 44 años y actualmente tiene 17.
Su esposo, Jesús Valenzuela, solía decir con ternura: «La cigüeña se equivocó de panza, pero Dios se encargó de ponerlos en el lugar correcto».
Criar una familia ensamblada, con hijos de distintas edades, historias y necesidades, fue un camino de muchos desafíos. «Nos esforzamos por ser los mejores padres, aunque aprendimos en el camino», admite. Hoy, sus hijos transitan caminos profesionales y personales que reflejan los valores sembrados con dedicación: educación, solidaridad, empatía y perseverancia.

Su hija mayor, de 29 años, está por convertirse en madre. La segunda estudia medicina. El tercero, marketing. Uno de los mellizos eligió la veterinaria y el otro, psicología. Benjamín, el más joven, aún define su rumbo. Pero todos coinciden en una herencia intangible que su madre les transmitió: la formación como motor de transformación personal y social.
La educación fue una práctica cotidiana. Uno de sus hijos, incluso, vivió experiencias con comunidades campesinas y en situación de pobreza extrema, marcando su vida con un fuerte sentido de compromiso.
«Siempre dijimos que la herencia que les dejaremos es la formación».
Más allá de su labor médica y académica, Idalina representa un liderazgo silencioso, de aquellos que no buscan protagonismo, pero dejan una huella profunda. Su historia demuestra que la maternidad es una elección de amor sostenido, y que formar una familia también puede ser un acto de fe y convicción.