El Papa ratificó el rumbo y pidió «no condenar a nadie eternamente»

Roma.-En una misa que concelebró con los nuevos cardenales, defendió su apertura y apuntó a los que se «escandalizan» con los cambios que impulsa; fue una de las homilías más fuertes de su pontificado

«El camino de la Iglesia es el de no condenar a nadie eternamente y difundir la misericordia de Dios a todas las personas que la piden con corazón sincero.» En una de las homilías más importantes de su pontificado, el Papa reafirmó  el rumbo renovador que quiere imprimirle a la Iglesia Católica, más allá de las resistencias. E insistió en llamar a los líderes de las iglesias de todo el mundo a volver a la raíz del Evangelio, dando, como Jesús, especial testimonio de compasión y misericordia hacia los marginados de hoy.

«Jesús no tiene miedo de los obtusos que se escandalizan de cualquier apertura», dijo Francisco en la misa que concelebró con 20 nuevos cardenales (entre ellos el argentino Luis Héctor Villalba) y el Colegio Cardenalicio, ante obispos de todo el mundo en la Basílica de San Pedro. Entrelíneas, el ex arzobispo de Buenos Aires aludió a las resistencias que su pontificado, criticado por sus aperturas hacia cuestiones antes consideradas tabú, está enfrentando.

Las críticas se hicieron evidentes durante el sínodo de octubre pasado, cuando obispos de todo el mundo se reunieron para discutir temas que hacen a las familias de hoy, como la comunión a los divorciados vueltos a casar, que no pueden comulgar. Como los obispos volverán a reunirse en un segundo sínodo sobre las mismas cuestiones en octubre próximo, las palabras dichas por el Papa resultaron cruciales.

«El camino de la Iglesia, desde el Concilio de Jerusalén en adelante, es siempre el camino de Jesús, el de la misericordia y de la integración. Esto no quiere decir menospreciar los peligros o hacer entrar los lobos en el rebaño, sino acoger al hijo pródigo arrepentido; sanar con determinación y valor las heridas del pecado; actuar decididamente y no quedarse mirando de forma pasiva el sufrimiento del mundo», dijo Francisco.

El sermón, intenso y más largo que los que suele pronunciar, como siempre giró en torno de la lectura del día, sobre el episodio de Jesús que cura al leproso con sólo tocarlo. Francisco recordó que en ese tiempo los leprosos eran despreciados, abandonados, excluidos, «muertos vivientes», segregados en campamentos por una sociedad que por ley los marginaba para salvar a los «sanos».

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