Peña Palacios, el puente de Paraguay

por Eduardo Álvarez Rodríguez, fundador y CEO de Puentia
eduardo.alvarez@puentia.com

Para poder crear hay que creer. Ese es el kilómetro cero de todo o de casi todo. Creer. La reciente visita oficial del presidente de la República del Paraguay a España, ciertamente, ha deslumbrado a propios y extraños. Desde Madrid, la capital de moda en Europa, Santiago Peña ha presentado su proyecto de país, el de una nación preparada para reivindicarse ante el mundo, un faro regional de estabilidad política y económica en el centro del centro del Mercosur.

Su mensaje ha impactado a empresarios, economistas, políticos y líderes de opinión. Hacía tiempo que una visita de un Jefe de Estado latinoamericano no generaba tantísima expectación, tantísima admiración y tantas adhesiones. Con una exigente agenda de apenas cuatro días que, por momentos, parecían tener jornadas de 30 horas, el presidente del Paraguay no vino a España a regalar abrazos y buenas palabras, consciente de que vale más un kilo de hacer que una tonelada de decir.

La impresión generalizada es que su discurso rompe los patrones de la historia de sus antecesores en todo el continente. Peña aterrizó en España con el firme y decidido propósito de ofrecer. No vino a estrechar vínculos, llegó para preguntar cómo darle valor a esos vínculos desde un país que pregunta a sus raíces para crecer. Un socio leal que ha quitado el freno de mano para darse a conocer al mundo.

La impresión generalizada es que su discurso rompe los patrones de la historia de sus antecesores en todo el continente. Peña aterrizó en España con el firme y decidido propósito de ofrecer.

Sin tiempo que perder, el presidente sembró en sus diferentes intervenciones entusiasmo, energía y agilidad, sabedor de que un lustro pasa rápido y es necesario embarrarse y bajar al campo de batalla a emular a Solano López, al que mencionó en varios momentos. La fórmula paraguaya son los paraguayos, defendió, y hay que acelerar, activar palancas y materializar retos para innovar, para crecer y de nuevo, insisto, para creer.

Con un relato rebosante de humilde orgullo patrio, sustancioso y nada engolado, Santiago Peña ha demostrado tener discurso propio. Paraguay tiene discurso propio, sin complejos, y está ante un magnífico contexto para ocupar los espacios en el mundo en los que, hasta ahora, su aislamiento mental y emocional y, digamos, cierto sentimiento de pertenencia anestesiado, le ha impedido ocupar.

Proactivo, didáctico, con una solidez aplastante por momentos, pero sin ningún atisbo de autocomplacencia, sin evitar temas espinosos y llamando a las cosas por su nombre: falta de desarrollo a la falta de desarrollo y necesidad de mejora a la imperante necesidad de mejorar. El presidente paraguayo tiene claro que no hay que mirar hacia atrás ni para coger impulso, que los lamentos sobre lo que Paraguay pudo ser y se esfumó no valen para nada y que el foco tiene que estar en lo que el Paraguay aspira a ser.

Santiago Peña es hoy el reflejo de la voluntad y la constancia de Paraguay en su decisión de ser grande, sin atajos.

Santiago Peña es hoy el reflejo de la voluntad y la constancia de Paraguay en su decisión de ser grande, sin atajos. Una vocación de desarrollo que deben protagonizar los paraguayos. Ellos y ellas tienen que interiorizar esa visión que nace de un sentimiento de pertenencia -por cierto, maravillosa esa foto de este pasado fin de semana de decenas de paraguayos cruzando el puente Héroes del Chaco con la albirroja.- Paraguay es un acervo de capital gigante, un oasis de tierra fértil, el mayor manantial del planeta y atesora un bien que para si quisieran la mayor parte de países del planeta: un capital humano inigualable. Créanselo. Deben de ser los paraguayos los primeros que se descubran a sí mismos.

Peña sabe que los límites los marcan las creencias y sus paisanos tienen mucho camino que recorrer para reconocer las extraordinarias potencialidades de su nación. La manera en la que pensamos construye la manera en la que sentimos. Uno mismo crea la realidad y, por tanto, si cambiamos la manera en la que pensamos para cambiar la manera en la que sentimos podemos reevaluar la forma de percibir la realidad. Creer para crear. Creer para avanzar. Creer para evolucionar. Santiago Peña quiere alimentar el sentimiento de orgullo, transformar ese sentir anacrónico y pesado de siglos para abordar el presente desde un optimismo realista.

El presidente de Paraguay está ante un reto alentador y es plenamente consciente de que el verdadero fracaso sería no intentarlo. Desde la humildad, desde el coraje y desde la disciplina. Afirmaba Steve Jobs que solo las personas suficientemente locas para creer que pueden cambiar el mundo, lo cambian. Peña sabe que para construir su proyecto tiene que conmover, convencer y convertir; alinear a su pueblo con su proyecto de país.

Sabe que para construir su proyecto tiene que conmover, convencer y convertir; alinear a su pueblo con su proyecto de país

Seguramente todo deba empezar por formatear esa sempiterna idea de aislamiento tan brillantemente descrita por el maestro Roa Bastos y asimilar que Paraguay es una isla, pero una isla de conectividad, como se ha demostrado en el Mobile World Congress. Es hora de subrayar que Paraguay es un puente o muchos puentes en un solo puente; que Paraguay es un imán estratégico en el núcleo de Sudamérica.

El surco de Santiago Peña comenzó el pasado 15 de agosto. Él ha interiorizado con tantísima pasión su doctrina que se ha trasmutado en su idea, y con su colosal magnetismo se ha lanzado a conquistarla. Él sí cree y aspira a que su proyecto trascienda y el Paraguay ocupe el lugar en el mundo que le corresponde. Ese Paraguay que se escribe con P de Posibilidades. Con P de Puente y de Progreso. Con P de Peña Palacios. Vista y suerte, Presidente, el Paraguay bien lo merece.

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